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El lugar de la desobediencia civil en la resolución de conflictos sociales

23 de Enero 2020

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No pocos han planteado que la única manera de lograr los cambios efectivos en el modelo o del modelo socioeconómico, será extremando las diferencias entre las partes, dándole al movimiento social el carácter de revuelta violenta ante la aparente indiferencia e indolencia del poder político. Al margen de las consideraciones éticas de este planteamiento, ¿tiene asidero esa idea?, ¿es cierto que el uso de la violencia es la estrategia más adecuada para lograr cambios radicales? Como primera cuestión, hay que convenir que no es posible, prácticamente en ningún ámbito de las ciencias sociales, establecer una respuesta unívoca y absoluta. No obstante, el estado del arte sobre movimientos sociales y recurrencia de la violencia en distintos países en los siglos XX y XXI arroja algunas luces al respecto que es interesante revisar.

Después de casi tres meses de movilizaciones con consecuencias en vidas humanas y materiales, el conflicto social en Chile al parecer ha ido progresivamente perdiendo energía: ¿agotamiento?, ¿expectativas ante los anuncios del Gobierno? o ¿los grupos movilizados están recuperando fuerzas para volver en los próximos meses? Esas son algunas de las preguntas que rondan en el ambiente con el comienzo del nuevo año.

Las movilizaciones masivas y pacíficas que llegaron a su punto más alto con la convocatoria a la “Marcha más grande de Chile” el 25 de octubre, posteriormente dieron paso a protestas más específicas, localizadas y con un progresivo aumento de la violencia, tanto de parte de los convocantes como de las fuerzas policiales y, todo, en un escenario de discusión por una nueva Constitución.

En este contexto, no pocos han planteado que la única manera de lograr los cambios efectivos en el modelo o del modelo socioeconómico, será extremando las diferencias entre las partes, dándole al movimiento social el carácter de revuelta violenta ante la aparente indiferencia e indolencia del poder político. Al margen de las consideraciones éticas de este planteamiento, ¿tiene asidero esa idea?, ¿es cierto que el uso de la violencia es la estrategia más adecuada para lograr cambios radicales?

Como primera cuestión hay que convenir que no es posible, prácticamente en ningún ámbito de las ciencias sociales, establecer una respuesta unívoca y absoluta. No obstante, el estado del arte sobre movimientos sociales y recurrencia de la violencia en distintos países en los siglos XX y XXI, arroja algunas luces al respecto que es interesante revisar.

En una investigación realizada con datos disponibles desde 1900 a 2006, Stephan y Chenoweth, de la Columbia University, recopilaron una serie de conflictos sociales identificando la eficacia de las estrategias violentas como las no violentas utilizadas por los movimientos opositores a los gobiernos en curso. La investigación demostró –a contrario sensu de lo que una gran cantidad de politólogos y expertos en seguridad afirman– que en la mayoría de los casos las estrategias no violentas han sido más exitosas (53%) que las que recurren a ella (26%), cuestión que otros estudios similares también han corroborado.

En el escenario actual, para algunos podría parecer ingenuo y extremadamente voluntarista apelar a una salida no violenta a la crisis, a través de la desobediencia civil u otros medios de resistencia pacífica. Sin embargo, la evidencia al respecto es lo suficientemente amplia como para ser considerada.

La desobediencia civil

En 1849, el estadounidense Henry Thoreau, reflexionó sobre el uso de la desobediencia ante disposiciones del Estado que consideraba injustas o ilegítimas sin tener que recurrir a la violencia para contravenirlas. Su pensamiento fue inspiración para líderes como Mahatma Gandhi o Martin Luther King, quienes durante el siglo XX las llevaron a la práctica para la obtención de derechos sociales, civiles y políticos negados hasta el momento.

Por una parte, la desobediencia civil tiende a generar altos niveles de simpatía tanto en el frente interno como externo. El contraponer acciones de resistencia frente al monopolio que suele tener el Estado en el uso de la fuerza, pierde proporcionalidad ante los manifestantes que actúan de manera pacífica, cuestión que hoy los medios de comunicación tienden a exhibir y, por qué no decirlo, en ocasiones a exacerbar.

Sin embargo, la acción violenta suele asociarse con demandas extremas, minoritarias y por ende rechazadas por la mayoría de la población que tiende a buscar soluciones moderadas. El cuestionamiento hacia la violencia en la actualidad es mucho más reprochable de lo que era hace décadas y, más aún, en regímenes democráticos.

Por otra parte, las soluciones pacíficas en pocas ocasiones han sido puras y desprovistas de momentos de violencia extrema. Ha sido la persistencia en los medios pacíficos y la presión de entidades externas –gobiernos extranjeros, Iglesia católica, organismos internacionales, etc.– las que han permitido los acuerdos.

En todas las experiencias, las salidas pacíficas siempre han contado con algunos elementos que en la situación de Chile aún no se vislumbran y que tienen por condición fundamental la existencia de líderes o instituciones legitimadas capaces de conducir y mantener el proceso. En el escenario actual, las autoridades de representación política son fuertemente cuestionadas por el involucramiento que tienen con los intereses que, precisamente, se pretende afectar con los cambios demandados.

La discusión por una nueva Constitución puede y debe marcar la emergencia de nuevos sujetos que modifiquen el sistema político recursivo y alienado de la sociedad, llevando la manifestación y su expresión violenta de las calles a la negociación entre actores legitimados que buscan genuinamente la paz, no desde la imposición sino desde la comprensión y el respeto a la diversidad.

FUENTE: EL MOSTRADOR

Publicado jueves 23 de Enero 2020.